Lectura: Juan 14:12
Jesús dice a sus discípulos: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.” (Juan 14:12). Mientras estuvo aquí, Jesús sanó a las personas que luego se enfermaron, multiplicó los panes para las personas que volvieron a tener hambre y resucitó a los muertos que luego murieron. En el libro de los Hechos vemos a los discípulos haciendo obras similares a las que Jesús había prometido. Pero ¿Qué pasa con las obras más grandes?
Sin disminuir la importancia de los milagros de Jesús y de los discípulos, que tenían por objetivo demostrar el poder de Dios sobre el mundo material, ¿puedes ver que sus beneficios fueron temporales? Salud, alimento y resurrección que solo duró una vida. Lázaro murió más tarde. Sin embargo, la obra iniciada por el Espíritu Santo a través de los apóstoles, y continuada por los cristianos que llevan el evangelio hasta el día de hoy, ha sanado el alma, nutrido el espíritu y destinado a millones de personas a una resurrección eterna.
Ni la conversión del agua en vino, la multiplicación de los panes o lo que Jesús caminó sobre las aguas son de tal magnitud. Sobre todo cuando entendemos que la salvación de un alma es consecuencia directa de la mayor obra de todos los tiempos, la muerte de Cristo en la cruz y su resurrección, algo que aún no había ocurrido cuando dijo estas palabras a los discípulos.
Las obras más grandes son las obras que duran para siempre. Tendemos a valorar las obras materiales y temporales, porque vivimos limitados en el espacio y el tiempo, y nunca hemos visto el mundo espiritual. Para entender lo que dijo Jesús, es necesario tener una “regla” eterna; para medir las cosas que no tendrán fin. ¿Qué es más importante, una persona curada de cáncer o salvada eternamente? ¿Un lisiado que pueda caminar o un resucitado que pueda volar? ¿Un ciego que puede ver la televisión o un pecador salvado capaz de ver el rostro de Cristo?
En 2 Corintios 4:18 Pablo escribe: “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.” . Es genial que ores por la curación, el mantenimiento y el bienestar de alguien, pero nada de eso tiene sentido si esa persona se pierde para siempre.
En el día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió al mundo para morar en la iglesia y en cada cristiano individualmente. Es a través de él que el cristiano conduce al pecador a la salvación eterna, una obra infinitamente mayor que cualquier milagro físico transitorio.
En los próximos tres minutos aprenderás cómo recibir todo lo que pides en oración.